A una obsesiva del lenguaje como yo no se le puede pasar por alto dejar constancia por escrito, con pelos y señales, de todo lo que lleva cada uno de los platos que vendo. Por lo tanto, cuando me preguntan qué lleva tal cosa, mi respuesta siempre es “acá lo dice”, señalando la carta.
La lectura, que para mí fue siempre un placer, para el común de la gente es una simple tortura. Tal vez suene mal que reconozca que me regodeo mirando los ojos de los clientes mientras vagan por la escueta carta, intentando descifrar esa maraña de letras, viendo cómo van de un lado para otro sin saber dónde mirar, qué leer, buscando tal vez un dibujito para saciar su curiosidad y/o su falta de imaginación.
Se supone que las personas podemos evocar objetos en su ausencia, de ahí que podamos decir "mesa" o imaginárnosla sin necesidad de tenerla enfrente. Esta es una capacidad que adquirimos alrededor de los dos años de vida, pero que algunos, conforme pasan los años, la van perdiendo. Si no hay un dibujito o una foto, no hay manera de que puedan representarse mentalmente ni media oración.
En lo particular (y para no ser menos que otros), me costaba mucho imaginarme gente alfabetizada que no pudiera evocar algo sin tenerlo delante de sus narices. Hasta que lo vi.