jueves, 30 de octubre de 2008

Lenguas vivas

Si vas de vacaciones al Reino Unido, o a Australia, ¿vas a hablar con tus interlocutores locales en castellano? O mejor dicho, ¿les vas a pedir que te hablen en castellano? Seguramente me vas a responder que no. Entonces, yo me pregunto, ¿por qué cuernos los angloparlantes cuando vienen a este país nos hablan en inglés? ¿No se dan cuenta de que no es nuestra lengua, y yo no tengo por qué hablarla?

Me cuesta entender por qué ellos no entienden esta cuestión básica. A mí no me interesa hablar ese idioma. Además, se supone que ellos tienen una buena educación, y, entre otras cosas, supongo que su calidad educativa incluye el hablar varios idiomas, o por lo menos, uno más. Pero no. Por mi parte, les doy la posibilidad de que hablen en otras cuatro lenguas y muy orondos responden que sólo inglés. ¿No es patético?

No me vengan con que el inglés es universal y todo ese rollo. Ellos lo hicieron universal y nos obligan a hablarlo porque no son capaces de aprender otros idiomas. Y muchos de nosotros, somos tontos que lo aprendemos.

martes, 28 de octubre de 2008

Geografías

Otra de las cuestiones con las que no dejo de sorprenderme es la carencia de conocimientos geográficos de mucha gente (entre ellos, yo, por lo que viene a continuación)
-…Yo soy de San Francisco.
- ¿San Francisco, Córdoba?
- ¡NO! América.
- Argentina, está en América. América es un continente.
- NO, de Estados Unidos.
- Ah.
- Tú ¿de donde eres?
- Atamisqui.
- ¿Y eso?
- Santiago del Estero.
- ¿De Compostela?
- No. Santiago-del-Estero.
- No sé dónde es eso.
- ¡Argentina! ¿Yo tengo que saber dónde está San Francisco y vos no sabés dónde está Atamisqui? ¿Ves? Estamos iguales.

martes, 21 de octubre de 2008

Feliz domingo. Una ensalada hecha con… amor

A mí no me gusta el domingo. Creo no ser la única. En otros tiempos, ese día iba a bailar tangos a la glorieta, y nada mejor que esa combinación de ver caer la tarde al ritmo del dos por cuatro, para terminar la semana. Después, el domingo fue de empanadas y parque. Me levantaba temprano, y temprano empezaba a amasar y cocinar las empanadas. A las cuatro de la tarde, ya estaba en el parque con las “empanaditas calientes que queman los dientes”. Entonces, el domingo transcurría a ritmo de tambores, de vallenatos, mezclándose con todo tipo de olores.

Ahora a este día no lo puedo relacionar con ninguna música en particular. Sí hay tangos en el repertorio, como corridos, cumbias, algo de jazz, rumba catalana, rock. Pero lo que no falta ningún domingo es la cantinela del “¿y qué lleva…?”, “pero no puede ser así en vez de asá?”.

Al no haber centros comerciales abiertos, ni ningún otro tipo de comercio, el domingueiro toma la calle, no sabe muy bien qué quiere, pero la toma. Puerta que ve abierta, puerta en la que entra. No importa que todo esté al alcance de sus ojos, él pregunta, él demanda. Necesita que ese día todo el mundo esté a su servicio, ya que él no está al servicio de nadie. Que todos satisfagamos sus deseos, sólo porque es domingo y porque él así lo quiere. No es ninguna novedad si digo que no soy muy tolerante. Y que mi paciencia se colma rápidamente. Si a esto le añadimos que también pretendo que la gente lea todo lo que se le cruza delante de sus ojos, tal como yo lo haría, y encima no lo hace, se me viene la hecatombe. Y así son los días en cuestión. Después de seis días de aguantar tonterías, pretendo que se me haga liviano el día.

Pero hay quienes no están en posición de satisfacerme. Tal fue el domingo en que a la novia de un cliente se le antojó una ensalada. ¡¿Pero qué ensalada?! Así, con ambos signos. Que tenga esto pero no lo otro, que en vez de esto, aquello, “¿estás segura de que querés esa ensalada?” “¿Por qué? ¿No se puede?”, “Va a quedar muy chiquita”, “No importa”. Se la preparamos. “¡Pero la pedí sin jalapeños!” “No lleva jalapeños”. “¿Y esto?” “Son nopales”. “Pero yo la pedí sin eso”. “No, la pediste sin jalapeños”. “No me gustan. ¿Puede ser sin esto?” “¿Sin nopales, entonces?” “Sí, y en vez de garbanzos, ¿no pueden ser los frijoles negros?” “No”. Después de un rato, dijo “pero no tiene guacamole”, “porque la pediste sin tomate, y el guacamole lleva tomate”. “¿Y no lo podés preparar sin tomate?” “Sí, dámela y le pongo guacamole sin tomate”. Dos minutos después de entregarle la nueva ensalada (lechuga, maíz, guacamole sin tomate, sal y aceite), se levantan ambos, dejando la comida que habían pedido. “Te pagamos sólo las cervezas, porque lo otro no lo tocamos. No vamos a comer eso que nos prepararon”. “Lo pidieron, se lo preparamos, ¿deberían pagarlo, no?” “No, dijo ella, porque se nota que no está hecho con amor”.

jueves, 16 de octubre de 2008

Manitas

Domingo por la tarde, estación del año ya olvidada, circa dos años atrás.
Hay una pareja comiendo en una de las barras, un grupo de cuatro personas en la otra. El grupo grande (otro de los temas a tratar), después de dos horas se levantan y pagan, por separado, como corresponde (menos mal que son cuatro). La pareja continúa.
Uno de nosotros ve que ella arranca una hoja del diario, la dobla, la guarda en su bolso. Quien está observando esto le pregunta si la hoja que sacó es del diario del día.
- Sí.
- ¿Te autorizamos a que lo hicieras?
- ¿Tengo que hacerlo?
- Sí. La podrías devolver, ya que no te dimos permiso.
- Es que hay algo que me interesa.
- Leelo, pero no lo arranques y menos sin permiso. Por favor, te pedimos que la devuelvas.
- ¡Me estás tratando de ladrona!
- Te estás llevando algo que no es tuyo.
- Me estás ofendiendo.
- ¿Quién ofende a quién?
- No vendré más, porque a mí nadie me acusa.

sábado, 11 de octubre de 2008

Animaladas

- ¡Hola! No se puede entrar con animales.
- Si no entra mi perro, no entro yo.
- Hasta pronto.

martes, 7 de octubre de 2008

Cocina de turno

Otra mala costumbre terrícola es la de disponer del tiempo del otro, sin importarle más que sus propios tiempos. Esperan que uno esté a su servicio aunque no esté en servicio.
La urgencia tiene que satisfacerse en el momento. No hay capacidad de espera, ni noción de los tiempos del otro.

Un ejemplo:
Domingo. Once y veinte de la noche. Pasaron veinte minutos del cierre del local, la persiana está hasta la mitad, y casi todas las luces apagadas. Estoy juntando las cosas para llevar a mi casa, y lista para irme cuando veo una persona agachada, y golpeando la puerta. Me acerco, abro la puerta. El chico me pregunta si puede llevarse algo de comida, a lo que le respondo que sí le puedo vender cosas de tienda, pero que comida no.
- ¿Y no me puedes preparar ocho burritos?
- Es una broma.
- No. Quiero ocho burritos.
Sonrío.
- ¿Qué, no se puede?
- No, mi vida, hace más de veinte minutos que cerramos, y como verás, no tengo nada para preparar.
- Pero ¿no te queda nada?
-Sí, ganas de irme.


Broche de humor para terminar la semana.

sábado, 4 de octubre de 2008

Experiencia laboral

El trabajo de cara al público es muy desgastante. Si bien no nací para esto, las circunstancias obligan. Todavía no sé muy bien para qué nací. Mientras lo averiguo, sigo en este.
Si el Manual del buen vendedor dice que “el cliente siempre tiene la razón”, es porque quien lo escribió era cliente. El cliente, digo yo, nunca tiene la razón, sólo se apoya en esta máxima. Por ejemplo, si le das mal el vuelto a favor tuyo o de la caja, te lo reclama. Si se lo das a favor de él, calla. Que venga alguien a decirme cuántas veces fue a reclamar que le dieron dinero de más. Ninguna.


Otra cosa que no me gusta de mi trabajo es tratar con algunos seres mono-lingües. Al estar en una zona turística se nos dice que todos tenemos que hablar esta lengua de mono. Y a mí no me gusta. Yo prefiero otras, las romances, más suaves al oído, más cadenciosas, afines a la mía. Por eso no la hablo.
“¿Du iu espic…?” “No”. Primera gran decepción del cliente. “Ac-chuali ai gud laic…” “¿Perdón?” Y ves cómo al susodicho le van cambiando los colores de la cara, la expresión de su rostro. “¡&@##@!” (traducción: “¡¿cómo puede ser que no me entienda?! ¡todos hablamos la misma lengua, menos este animal que debe ser de otra especie!- sí, es verdad, no soy mono-). Al final opta por señalar con la mano lo que desea, y feliz con su compra hasta que llega el “son cinco con cuarenta y cinco” “¿Guat?” “Cinco-con-cuarenta-y-cinco” Y, como sigue sin entender, extiende un billete de diez. De esa forma evita pensar o traducir. Y se va. Y como al parecer, el mono-lingüe quiere entender esa lengua rara, o enseñarla al que no la conoce, al día siguiente lo tenemos de vuelta y la historia se repite. Algunos hasta dejan algo de propina, tal vez para que con ella nos paguemos las clases de idiomas.