martes, 21 de octubre de 2008

Feliz domingo. Una ensalada hecha con… amor

A mí no me gusta el domingo. Creo no ser la única. En otros tiempos, ese día iba a bailar tangos a la glorieta, y nada mejor que esa combinación de ver caer la tarde al ritmo del dos por cuatro, para terminar la semana. Después, el domingo fue de empanadas y parque. Me levantaba temprano, y temprano empezaba a amasar y cocinar las empanadas. A las cuatro de la tarde, ya estaba en el parque con las “empanaditas calientes que queman los dientes”. Entonces, el domingo transcurría a ritmo de tambores, de vallenatos, mezclándose con todo tipo de olores.

Ahora a este día no lo puedo relacionar con ninguna música en particular. Sí hay tangos en el repertorio, como corridos, cumbias, algo de jazz, rumba catalana, rock. Pero lo que no falta ningún domingo es la cantinela del “¿y qué lleva…?”, “pero no puede ser así en vez de asá?”.

Al no haber centros comerciales abiertos, ni ningún otro tipo de comercio, el domingueiro toma la calle, no sabe muy bien qué quiere, pero la toma. Puerta que ve abierta, puerta en la que entra. No importa que todo esté al alcance de sus ojos, él pregunta, él demanda. Necesita que ese día todo el mundo esté a su servicio, ya que él no está al servicio de nadie. Que todos satisfagamos sus deseos, sólo porque es domingo y porque él así lo quiere. No es ninguna novedad si digo que no soy muy tolerante. Y que mi paciencia se colma rápidamente. Si a esto le añadimos que también pretendo que la gente lea todo lo que se le cruza delante de sus ojos, tal como yo lo haría, y encima no lo hace, se me viene la hecatombe. Y así son los días en cuestión. Después de seis días de aguantar tonterías, pretendo que se me haga liviano el día.

Pero hay quienes no están en posición de satisfacerme. Tal fue el domingo en que a la novia de un cliente se le antojó una ensalada. ¡¿Pero qué ensalada?! Así, con ambos signos. Que tenga esto pero no lo otro, que en vez de esto, aquello, “¿estás segura de que querés esa ensalada?” “¿Por qué? ¿No se puede?”, “Va a quedar muy chiquita”, “No importa”. Se la preparamos. “¡Pero la pedí sin jalapeños!” “No lleva jalapeños”. “¿Y esto?” “Son nopales”. “Pero yo la pedí sin eso”. “No, la pediste sin jalapeños”. “No me gustan. ¿Puede ser sin esto?” “¿Sin nopales, entonces?” “Sí, y en vez de garbanzos, ¿no pueden ser los frijoles negros?” “No”. Después de un rato, dijo “pero no tiene guacamole”, “porque la pediste sin tomate, y el guacamole lleva tomate”. “¿Y no lo podés preparar sin tomate?” “Sí, dámela y le pongo guacamole sin tomate”. Dos minutos después de entregarle la nueva ensalada (lechuga, maíz, guacamole sin tomate, sal y aceite), se levantan ambos, dejando la comida que habían pedido. “Te pagamos sólo las cervezas, porque lo otro no lo tocamos. No vamos a comer eso que nos prepararon”. “Lo pidieron, se lo preparamos, ¿deberían pagarlo, no?” “No, dijo ella, porque se nota que no está hecho con amor”.

4 comentarios:

  1. igual no entendió que uno si quiere que le cocinen con amor se va a casa de su abuela...

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  2. Tal cual, mientrastanto tiene razon...


    que hinchapelotas!!! Yo se la hubiese puesto de sombrero...

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  3. Había más gente, si no, con mucho gusto, y hasta con amor, lo hubiera hecho.
    L.S.

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  4. decime que la puteaste de menos!!!!

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